Un desfile carnavalero brinda un respiro al infierno del crack en Brasil
Un grupo de personas con cuerpos demacrados se balancean al ritmo frenético del samba, en un barrio sembrado de basura donde viven decenas de personas sin hogar adictas al crack en el corazón de Sao Paulo, la mayor urbe de Brasil.
Son integrantes del bloco -un conjunto o comparsa- "Blocolandia", que organiza el desfile que participa en todos los carnavales desde 2015 en Cracolandia, como se conoce a la zona donde se encuentra la mayor concentración de personas con adicción a las drogas, la mayoría al crack, en la megalópolis brasileña.
Con un silbato en la boca, Claudio Rogério, conocido como Claudinho, dirige un grupo de percusionistas que se divierten tocando tambores y panderetas, en un desfile de carnaval fuera de lo habitual.
Luciendo una gorra negra al revés y un rosario al cuello, este hombre de 39 años al que le faltan dos dientes frontales está muy orgulloso de participar en la procesión de "Blocolandia".
"Los muchachos ya habían creado Blocolandia, pero no tenían percusionistas, así que tuve la idea de crear un grupo de percusión para drogadictos", dijo a la AFP Claudinho, aunque sin dejar de enfatizar: "No somos sólo drogadictos, somos gente inteligente que ama la música".
Si bien Claudinho sigue siendo un consumidor de crack, ya no vive en la calle. Ahora se encuentra en una vivienda pagada por un programa social oficial, luego de haber tenido que dormir durante mucho tiempo a la intemperie, entre la basura.
Con "Blocolandia" este hombre siente que regresa a su infancia, cuando crecía en Vila Formosa, un barrio del este de Sao Paulo conocido por sus tradicionales escuelas de samba, como a la que asistió con su familia.
A pocos metros de él durante el desfile aparece la cantante MC Docinho, quien interpreta las letras con sonrisa plena en los labios. La mujer, de 33 años, logró abandonar el consumo de crack con esfuerzo, pero no quiso romper del todo su vínculo con Cracolandia.
"La sociedad juzga y dice que la gente aquí es sucia, que no vale nada, pero yo, que hoy estoy limpia, conozco su valor, sus historias, y quiero absolutamente estar presente para mantener esta conexión", confiesa esta madre de cinco hijos.
Pero el barrio, donde a menudo se llevan a cabo intensas operaciones policiales, sigue bajo estrecha vigilancia. Agentes con rifles al alcance de la mano observan la procesión, inmóviles en medio del despliegue de los bailarines.
"Estos no son los zombis que la sociedad imagina", concluye.
Z.Bianchi--IM