Porteadores pakistaníes del K2, entre la tradición y la necesidad
Una caravana de porteadores pakistaníes se dirige hacia el K2, la segunda montaña más alta del mundo, cargados de pollos vivos y de material de acampada para los aventureros que se proponen alcanzar su cumbre.
La misión de escalar esta montaña que culmina a 8.611 metros en la cordillera del Karakórum, uno de los macizos más impresionantes del planeta, es ardua. El viaje de ida y vuelta dura unos diez días.
La pésima situación económica en Pakistán obliga a muchos a recorrer estos caminos, aunque les paguen poco. Otros se transmiten el oficio de generación en generación.
"Me gusta la montaña", afirma Yasin Malick, de 28 años, encargado de transportar una caja de 180 huevos para un grupo de turistas al que se unieron reporteros de AFP.
"Mi abuelo paterno, mi tío materno, mi padre (...) todos ejercieron esta profesión. Ahora, es mi turno", afirma, aunque desea terminar con esa tradición.
"Llevaré cargas hasta mi muerte, pero no dejaré a mis hijos hacerlo", asegura.
- "Mundos diferentes" -
Los turoperadores proponen generalmente una ascensión desde Askole, un pueblo del noreste de Pakistán, donde los jeeps conducen a novatos y a alpinistas curtidos que continúan la aventura andando. El coste de la expedición varía entre los 2.000 y los 7.000 dólares.
Los porteadores transportan a sus espaldas maletas, tiendas y víveres y reciben de 30.000 a 40.000 rupias (105 a 140 dólares) por cada viaje.
Una suma inferior al precio de un pantalón de senderismo de alta gama que recomiendan los operadores turísticos a sus clientes.
Los porteadores trabajan durante unos cuatro meses al año, durante la temporada estival, y su poder adquisitivo se vio muy afectado este año por la elevada inflación, que llegó a ser del 28% en julio. El país se salvó de declararse en moratoria de pagos gracias a una intervención del FMI.
"Ahora me resulta difícil pagar los productos básicos para mi casa", confiesa Sakhawat Ali, de 42 años. "No me queda otra alternativa que venir aquí y trabajar duro".
Aun así, cuando habla de las montañas, su voz vibra de emoción.
"Son todas de colores distintos" y "me permiten codearme con mundos diferentes", explica.
Son hombres jóvenes o de mediana edad. Afirman que pueden llegar a transportar hasta 35 kilos durante las subidas con un desnivel de 2 km. Suelen guardar los objetos en bidones azules, fijados a los armazones de las mochilas.
En el trayecto hacia el campo de base, los senderistas avanzan tranquilamente, parándose a menudo. Los transportistas, en cambio, se toman un ligero tentempié hecho de chai (té) y pan de chapati, tras haber dormido bajo simples lonas de plástico, y parten al amanecer.
Gran parte del cargamento va a lomo de mulas y a veces se ven restos secos de esos animales a lo largo del camino.
"A veces hace frío, otras llueve y en ocasiones el tiempo es rudo", explica el portador Khadin Hussain.
De joven "no temía nada ni a nadie. Ignoraba el miedo", afirma el hombre, de 65 años.
- Pequeños lujos -
Actualmente, en el campo de base del K2 hay cuencos adornados con falsas frutas de plástico, guirnaldas luminosas y copas de vino, que muestran que la "montaña salvaje" fue domesticada por fuerzas comerciales traídas por los porteadores.
Ellos son "el salvavidas de los montañeros", considera el presidente del club de alpinismo de Pakistán, Abu Zafar Sadiq.
Sin embargo, los porteadores se ven obligados a mendigar a los turistas medicamentos básicos, pilas para sus linternas o baterías externas para cargar sus teléfonos.
En los valles y en el hielo se abrieron nuevos senderos para facilitar el paso de los porteadores, pero ellos temen que esto puedan tener consecuencias en su trabajo.
En Urdukas, un campamento encima del glaciar Baltoro cuya travesía toma cinco días por su geografía escarpada, una placa rinde homenaje a tres porteadores fallecidos por la caída de piedras cuando "servían a la causa del turismo" en 2011.
Los porteadores realizaron ceremonias conmemorativas, con cantos y danzas al son de un tambor.
"Mi vínculo con las montañas es como el de un niño con su madre", explica el jefe de los porteadores, Wali Jan, de 42 años.
"Muchos de nuestros montañistas quedaron aquí sepultados por la nieve. También sabían que morirían algún día, pero fueron de todos modos".
K.Costa--IM