La pasión del sastre de la Guardia Suiza por sus coloridos uniformes
Con una cinta métrica alrededor del cuello, Ety Cicioni desliza una tela de colores brillantes bajo la aguja de su máquina de coser: el sastre de la Guardia Suiza Pontificia no ha perdido en 25 años la pasión por los coloridos uniformes del ejército del papa.
"Hace 25 años me parecía casi imposible, pero al final los conozco de memoria. A pesar de la cantidad de piezas que se necesitan, que conforman como un mosaico, logro armarlos automáticamente", confiesa el sastre, de unos cincuenta años, en su taller dentro del cuartel del ejército más antiguo del mundo, en el corazón de la ciudad del Vaticano.
Las fotos enmarcadas con los rostros de los últimos papas, que cuelgan de los muros de su taller, parecen admirar los atuendos, listos en las mesas para planchar, entre tijeras y carretes de hilo alineados en los estantes.
En las últimas semanas, se ha multiplicado el trabajo: todo debe estar listo para la ceremonia en que los nuevos reclutas prestan juramento, el 6 de mayo, fecha en que se conmemora la muerte de 147 soldados suizos que cayeron en defensa del Sumo Pontífice durante el saqueo de Roma en 1527.
Una treintena de ciudadanos suizos -todos deben ser solteros y católicos- de entre 19 y 30 años, se van a comprometer a velar por la seguridad del papa durante al menos 26 meses.
"A partir de la llegada de los nuevos reclutas, sólo tenemos un mes para realizar los uniformes antes de que comiencen a prestar servicio", explica Cicioni, quien cuenta con tres colaboradores para confeccionar tres uniformes para cada guardia: uno para el invierno, otro para el verano y uno para el servicio nocturno.
Compuesto por polainas, pantalones anchos y chaqueta con cuello blanco, el uniforme más famoso es el de gala, con rayas azules, amarillas y rojas, que se confecciona con una tela procedente de la localidad de Biella, en Piamonte (noroeste de Italia), conocida por la alta calidad de sus productos textiles.
Para armar las 154 piezas del uniforme se requiere además de unas 39 horas de minucioso trabajo.
- Enterrados con el uniforme -
"También hay que hacer las reparaciones necesarias de todos los días", observa Cicioni. "Un botón que se cae, un gancho roto: atendemos las pequeñas emergencias", sonríe, ya que se trata de un uniforme muy delicado.
La vestimenta de los alabarderos, inmortalizada por los turistas de todo el mundo que visitan la Plaza de San Pedro, ha evolucionado desde la creación de la Guardia Suiza en 1506 por el papa Julio II.
A lo largo de los siglos, el uniforme ha sufrido los altibajos de la historia, a veces le han introducido más rojo, a veces más negro. El modelo actual fue retocado por el coronel suizo Jules Repond, en 1914.
Para los jóvenes suizos, usar ese traje de estilo renacentista puede ser una experiencia compleja.
"Al principio tardan entre 15 a 20 minutos para vestirse… Hay tantos botones que no saben qué hacer, así que hay que hacerlos sentir cómodos", bromea el modisto.
Sastre de profesión, "tras una serie de coincidencias" comenzó a trabajar en 1997 bajo el pontífice Juan Pablo II, y su oficio ha evolucionado mucho, lo que requiere tanto paciencia como técnica.
"Estamos tratando de modernizar todo el proceso porque, por supuesto, las técnicas han cambiado y cada una trae sus aportes", explica mientras trabaja ataviado con un elegante traje completo y corbata.
Además de confeccionar uniformes, con el tiempo ha forjado un vínculo de "amistad" con los guardias.
"Cuando llegué, salíamos todos juntos. Hoy, la relación ha cambiado, lo que hay es un gran respeto", cuenta tras elogiar el "sacrificio" que representa ese compromiso para los jóvenes suizos.
Al concluir su misión, los guardias tienen que devolver el uniforme, a excepción de los que permanecen más de cinco años de servicio.
"En ese caso, se lo pueden llevar, pero nunca llegan a ser los propietarios". Después de la muerte, se debe devolver el uniforme... o llevarlo puesto dentro del ataúd.
V.Agnellini--IM